Escrito por Blanca Arteaga-Martínez
Equipo editorial Aula Magna 2.0
Universidad Nacional de Educación a Distancia
Palabras clave: Métricas, evaluación docente, carrera académica, ciencias de la educación
Los años pasan y la nostalgia surge, la edad se convierte en una partida en un tablero de juego cuyas reglas cambian, en unas pistas que marcan tu destino, pero para las que no tienes claro cómo conseguir que cada una de tus piezas alcance la meta. Esta es la situación en la que los profesores universitarios nos enfrentamos a la llamada carrera académica. Muchos tenemos la sensación de estar inmersos en esa partida, casi como un mundo parecido al que se presenta en Alicia a través del espejo, donde lo real y lo irreal se confunden, donde lo válido y lo no tan válido no siempre parecen ir en consonancia con lo que un día pensamos que sería nuestra labor como docentes e investigadores.
En las charlas informales en la Facultad todos parecemos estar en desacuerdo con un sistema de evaluación que no llegamos a entender, un sistema que minusvalora la docencia al no darle el papel de relevancia que tiene, pero ¿en qué momento se alejó la universidad de su misión primigenia? Aquella universidad originaria que atrajo a los “hombres más capaces de la época” (Latorre, 1984, p.37) se ha convertido en un entorno donde la atracción se apuntala en una medida de indicadores bibliométricos, y es que la evaluación que facilita ese acceso a la universidad es una cuestión cuantitativa basada en números sustentados únicamente en la publicación.
"Este empecinamiento en emplear los índices de impacto de las revistas para evaluar todo, a todos, a todas horas, en todos los lugares y en todos los momentos se ve atizado por la repercusión que tiene en la gobernanza y líneas estratégicas de las universidades y centros de investigación, y en los rankings de universidades: ARWU (Shangai), QS, THE, Leiden Ranking… Dado que el posicionamiento de las instituciones en dichos rankings depende del número de artículos en revistas de alto impacto bien en la Web of Science o Scopus, los gestores y responsables de estas instituciones introducen todo tipo de estímulos, programas y acciones destinados a conseguir subir en ellos. Se tiene el profundo convencimiento de que los rankings de universidades no son solo poderosos instrumentos de marketing, sino que constituyen el sello de calidad distintivo de la institución. Esta situación es el corolario lógico de una política de evaluación científica instaurada en los años noventa del pasado siglo, sostenida a lo largo de tres décadas. Pocas políticas públicas de investigación han sido mantenidas tantos años y en una misma dirección. De ahí los importantes efectos tóxicos a los que ha dado lugar" (Delgado-López-Cózar et al., 2021, p. 3).
Hace pocos días en la defensa de cátedra de una amiga, uno de los profesores del tribunal decía “si no tuviéramos que atender a los énfasis que la política nos da, ¿cuál sería el camino que llevaría la investigación en educación?”, estas palabras me hicieron volver la vista atrás y recordar aquellos primeros años en los que la universidad nos invitaba a la investigación-acción en el aula, un movimiento de cambio que nos impulsó a mejorar en cualquiera de los niveles educativos en dónde estábamos.
Fuente: Pixabay |
Cambiaba el siglo, yo llevaba poco más de tres años como docente en una escuela, mis aulas recogían a chavales de distintas edades que buscaban una segunda oportunidad, la LOGSE casi recién implantada fue un revulsivo a los que empezábamos, una ley nueva, que daba un giro en la escuela, y que recogía de alguna manera todas las innovaciones que hasta entonces habían estado acalladas. Aquella invitación al cambio nos encaminó a muchos a la universidad, una necesidad de buscar respuesta a las preguntas que surgían ante aquellos planteamientos que no habíamos conocido como estudiantes; la universidad fue un lugar podría decir hasta de enamoramiento a la profesión, a una docencia que necesitaba de la investigación y del trabajo colaborativo para dar respuestas a los estudiantes que teníamos delante. En aquel momento muchos fuimos los que llegábamos a las Facultades de Educación procedentes de distintas áreas de conocimiento, donde iniciábamos nuestros estudios de doctorado y quizá con suerte combinábamos nuestra labor docente en un instituto de Educación Secundaria con la de profesor Asociado en la universidad.
Aquella necesidad de aprender nos impulsó a participar en seminarios con profesores que nos enseñaron metodologías para la investigación, acudíamos a los primeros congresos, conocíamos colegas de otras universidades, y todo con un único fin, mejorar los procesos de enseñanza-aprendizaje de los estudiantes que teníamos en nuestras aulas.
Cuando recuerdo alguno de aquellos viajes en tren, siento casi tristeza, porque aquella emoción se ha tornado en búsquedas de requisitos iniciales, condicionando nuestra participación o no por un checklist invisible que hacemos individualmente para valorar en forma de preguntas, que poca relación tienen con la posibilidad de aprendizaje individual y colectivo: tiene actas, publica el resumen o la contribución completa, le pondrán DOI, se considera internacional, etc., y ya no hablemos de la financiación, que normalmente surge de un bolsillo personal quebrado por las condiciones salariales con las que contamos actualmente.
Leíamos artículos de las que entonces consideraban las revistas importantes, y la importancia no radicaba en otra cosa que los autores individuales sabiendo que eran ejemplos donde mirarnos. Entonces era casi una aventura conseguir algunos artículos para leer, recuerdo aquella fotocopiadora donde podías adquirir algunas páginas, la emoción de escudriñarlas más tarde, subrayar, marcar ideas, … Esto que ahora es tan sencillo y que a veces nos satura por un exceso de información, no se centraba en la cita, … sino de nuevo en la necesidad de aprendizaje como docentes e investigadores. La valoración de los artículos o las revistas no tenían números en forma de cuartiles, tenían personas que enseñaban e investigaban a partes casi iguales. No podíamos concebir el uno sin el otro en aquellos años, cuando además surgían los primeros proyectos de innovación en las universidades, y que gracias a aquellas lecturas elaborábamos nuestras propuestas. Las lecturas que hacemos hoy están también limitadas, marcadas por aspectos como la fecha de publicación (que nos marcan como necesidad de que sea de los últimos “X” años), impacto de la revista (que viene determinado por si la revista está o no en uno de esos listados) o autores a los que “estratégicamente” conviene citar (y es que no solo hemos de publicar sino conseguir que otros hablen de tu publicación).
Con suerte alguno de los resultados que conseguíamos en nuestra práctica llegaba a una de aquellas publicaciones, y la satisfacción era pensar que lo que hacíamos en nuestra aula iba a llegar a otras. Entonces no había factor de impacto, ni conocíamos siglas que hoy nos condicionan no solo lo que pasará después de la investigación, sino el antes, porque nos llevan a seleccionar las revistas en listados ordenados, que solemos escuchar juzgados por las posibles dudas en su integridad. No nos preocupábamos por el orden de quienes firmábamos los artículos, ni cuántos éramos… La valoración entonces era colectiva, el logro era de todos; hoy la cinta métrica a la que se nos somete es individual y cómo no, da lugar a cierta competitividad entre nuestros propios colegas. Podría decir que incluso a veces se penaliza la colaboración interdisciplinar, aun sabiendo que es esta la base del progreso.
Estamos en un área de características particulares “Ciencias de la Educación”, supongo que cada uno en su área piensa lo mismo, pero hemos de reconocer que en nuestras manos tenemos a las futuras generaciones de docentes de todos los niveles, y yo me pregunto si planteada así la carrera académica de los docentes universitarios se adecúa a las necesidades reales que la escuela plantea. Me cuestiono entonces si los objetivos planteados a día de hoy en la universidad son útiles, y adaptables a las futuras necesidades que planteará la formación universitaria.
La universidad de entonces tampoco era perfecta, no quiero transmitir tampoco esta sensación, porque entonces las situaciones de endogamia sustentadas en evaluaciones parciales eran muchas veces poco objetivas. Quizá el cambio en el proceso de evaluación no se hizo adecuadamente, y quizá no se basó en los números adecuados.
Y hasta aquí he descrito mis sensaciones, intentando no ser catastrofista, pero en un escenario que siento está haciendo daño a la universidad y por tanto a la sociedad en general, una universidad condicionada por una evaluación docente alejada de la docencia de calidad, que busca publicar por encima de todas las cosas, y de cualquier cosa. Una universidad actual que busca coleccionar estas publicaciones individuales de sus miembros, para promocionarse en listados más propios del marketing que de la producción académica.
Agradezco la reciente mesa de trabajo “Por un cambio en la evaluación científica en España” (Facultat d’Informació i Mitjans Audiovisuals de @UniBarcelona) que me gustaría recomendar, por las reflexiones a las que puede dar lugar en cada uno de nosotros, porque necesitamos que la universidad mire a las consecuencias de una evaluación sustentada en resultados no basados únicamente en la “producción” de publicaciones, parece que todos estamos de acuerdo en la necesidad de un cambio, que además debe partir de cierta flexibilidad, pero ¿tenemos claro por dónde debe empezar?
Referencias bibliográficas:
Delgado-López-Cózar, E., Ràfols, I. & Abadal, E. (2021). Letter: A call for a radical change in research evaluation in Spain. Profesional de la información, 30(3), e300309. https://doi.org/10.3145/epi.2021.may.09
Latorre Gaete, E. (1984). El Museum de Alejandría: primera universidad en el mundo. Comunicación y medios, 4, 29-40.
Cómo citar esta entrada:
Arteaga-Martínez, B. (2021). Nostalgia, métricas y reflexiones sobre la evaluación docente en la universidad. Aula Magna 2.0. [Blog]. Recuperado de: https://cuedespyd.hypotheses.org/9345
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