Este artículo de Gómez-Ortega, Macías-Guillén, Sánchez-de Lara y Delgado-Jalón propone una idea tan sencilla como potente: si una asignatura es “difícil”, lo primero es identificar esa dificultad con la brújula más fiable disponible: el propio estudiante.
A partir de cuestionarios aplicados al final de cada tema, el equipo construye un mapa de dificultad (una suerte de “semáforo” pedagógico) que identifica con precisión qué conceptos se atascan, dónde se concentran las dudas recurrentes y qué zonas del temario demandan una intervención específica. Con esa información, diseñan videos ad hoc para atacar los nudos conceptuales, evitando el error típico de producir recursos audiovisuales “genéricos” que suenan bien pero no muerden el problema. La propuesta se enmarca en un contexto postpandemia donde la virtualidad ya no es un plan B, sino un complemento estructural, y convierte la retroalimentación en algo más que corrección: la eleva a mecanismo de diseño instruccional.
Metodológicamente, el trabajo destaca por su arquitectura en tres etapas: feedback, producción de videos, análisis, y por cuidar la fiabilidad de los instrumentos: validación experta y consistencia interna mediante Alpha de Cronbach (tanto en los cuestionarios de dificultad como en la encuesta de satisfacción). La prueba piloto en Contabilidad Financiera II no se queda en el “a los alumnos les gustó”: muestra que una mayoría percibe la asignatura como difícil, que los videos se consumen de manera amplia (no como recurso decorativo) y que su utilidad es valorada de forma elevada en términos de profundización, complementariedad y metodología.
El punto más convincente llega cuando la propuesta se somete a un contraste que interesa a la universidad: rendimiento académico. Comparando grupos con y sin acceso a los videos, el estudio reporta mejoras globales en calificaciones y patrones asociados (menos absentismo, menos suspensos, más aprobados), apoyadas por pruebas de diferencia de medias con significación estadística en la mayoría de casos.
En clave divulgativa, podría decirse que el artículo defiende una docencia “con GPS”: primero detecta las curvas peligrosas del temario, luego coloca señales claras (videos breves y focalizados) y, finalmente, comprueba si el trayecto mejora. Su promesa más ambiciosa, la extrapolación a cualquier disciplina, es plausible porque no depende de la contabilidad, sino del procedimiento: diagnosticar con datos, intervenir con recursos específicos y evaluar con evidencia. Como agenda futura, queda abierta una línea especialmente fértil: conectar mapa de dificultad, patrones de visionado y variables motivacionales o socioemocionales para entender no solo si funciona, sino por qué funciona y para quién funciona mejor.
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Cómo citar: Gómez-Ortega, A., Macías-Guillén, A., Sánchez-de Lara, M. Ángel, & Delgado-Jalón, M. L. (2024). Una propuesta efectiva de aprendizaje basado en videos: solución para asignaturas universitarias complejas. RIED-Revista Iberoamericana de Educación a Distancia, 27(1), 345–372. https://doi.org/10.5944/ried.27.1.37569
